Leyendas
El hombre que no respetó el día de muertos
Cierto día, hubo un hombre que no respetó y se deslindó completamente
de una de las fechas más representativas: «El día de muertos«.
Este hombre no tenía ningún interés en perder el tiempo a lo que el
llamaba «simples distracciones».Se preocupaba principalmente por
trabajar arduamente sin parar, era un campesino que se esforzaba por
estar al tanto de su tierras y sembradíos.
Cuando llegaron las fechas más importantes del día de muertos, mostró un
gran rechazo, diciendo que no le veía importancia a ningún tipo
de tradición
y que no gastaría su dinero en algo que le quitaría el tiempo por lo que optó
por no poner ofrenda para sus familiares muertos y posteriormente se fue a
trabajar.Toda la gente del pueblo desaprobó por completo esta actitud, ya
que era algo que debía hacerse para ayudar a los queridos difuntos.
Aún así este hombre decidió encaminarse a su lugar de trabajo, como el creía que debía de ser, llegó a los enormes e imponentes montes y se puso a trabajar, en medio de la soledad y el silencio, comenzó a escuchar ciertas voces que salieron del monte y lo sorprendieron. Estas tenebrosas voces le imploraban: -Hijo, hijo -¡Por favor!, tengo mucha hambre. El hombre asustado pensó por un momento que era su imaginación debido al fuerte sol que estaba haciendo, sin embargo unos minutos después, escucho más voces de personas que hablaban entre si y decían su nombre. |
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Después de un rato de poner atención a las voces, se percató que las voces
le eran muy conocidas, estas venían de su padre y otros familiares fallecidos.
Inmediatamente paró todo su trabajo y se retiró rápidamente, llegó a su casa
y le contó a su esposa todo lo sucedido, le pidió que matara a un guajolote
inmediatamente, además de que preparara unos tamales y colocara un altar
rápidamente.La esposa comenzó en seguida a preparar todo lo que se le había
pedido,el hombre campesino se fue a tomar un descanso y se fue a acostar
a su hamaca.
Su esposa no solo preparó lo que el hombre le había dicho, sino que también
se encargó de preparar una gran variedad de platillos típicos de la región,
bebidas tradicionales, además de que puso la ofrenda muy detallada, consiguió
las velas, el papel picado, las flores de cempasúchil, fotografías y recuerdos de
los seres queridos, sin embargo se percató que su esposo no aparecía a pesar
del tiempo transcurrido.
La esposa decidió ir directamente a despertar al hombre para que pudiera
presenciar la ofrenda y platillos, además de que celebraran juntos.
Después de insistirle constantemente, notó que este no respondía y ya no tenía
pulso, por lo que cayó en cuenta de que había muerto.
Toda la gente del pueblo supo que su muerte fue consecuencia de no respetar la
tradición del Día de muertos, aunque finalmente los muertos obtuvieron su ofrenda,
decidieron llevarse al hombre campesino con el fin de darle una lección, ya que no
tuvo ninguna intención de ofrecerle algo a los difuntos.
El hombre que no quiso poner ofrenda
Faltaba poco para que el mes de octubre terminara, el frío ya había
comenzado a hacer sus primeras apariciones y con él se acercaba
una de las echas más importantes para los mexicanos: el Día de Muertos.
La gente de Tlaxcala empezó a sacar sus ahorros y a comprar algunos
de los ingredientes para el mole o los distintos guisos que prepararían
para sus difuntos. Todos lo hicieron menos Felipe, un hombre humilde,
medio holgazán e incrédulo al que de la nada le había dado por pensar
que la tradición de las ofrendas era un invento para mantener a los
pobres ocupados. Pasaron los días y Felipe seguía igual. Se negó a las
súplicas de Hortensia, su esposa, de darle dinero para los alimentos.
Al ver que su insistencia era inútil, Hortensia se esforzó por lavar ropa ajena
y conseguir algunas monedas. No obstante, apenas le alcanzó para comprar
veladoras.
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Llegó la noche del 31 y Felipe le dijo a Hortensia que iría al monte a cortar leña. No obstante,antes de eso y como era su costumbre, pasó a una pulquería a gastar los pocos centavos que le quedaban. Felipe se emborrachó junto con sus amigos. Los hombres hablaban de sus familias y los chismes del pueblohasta que llegaron al tema de las ofrendas. En ese momento, las risas se detuvieron y las caras se les pusieron serias. Incluso José, el más valiente de todos comenzó a llorar la muerte de su madrecita santa. Luego comentó que no importaba porque mientras él viviera ella lo haría junto con él en su memoria. Además, junto con su esposa ya le habían preparado una rica ofrenda con un rico mole de guajolote. Sin embargo, Felipe se burló de la tradición. Los hombres contrajeron el rostro y abrieron los ojos porque no podían creer lo que escuchaban. Luego, el propio José tomó la palabra y le dijo que era un ingrato con los muertos pues ellos eran los encargados de interceder con Dios por los vivos. Felipe tomó sus cosas y haciendo comentarios irónicos y desaprobatorios se encaminó hacia el monte. Ahí lo agarró la madrugada y se quedó junto a un ocote. De repente, sin explicación alguna, vio a una multitud de gente que se dirigía al pueblo. A Felipe se le bajó de inmediato la borrachera y en medio del tumulto no solo reconoció a algunos vecinos difuntos sino también a sus padres. Felipe se desmayó del susto y despertó al día siguiente. En ese momento vio cómo la procesión regresaba muy contenta. |
Los rostros rebozaban felicidad pues en sus manos llevaban itacates
con deliciosos guisados y bebidas de distintos tipos.
Incluso, los niños
llevaban consigo juguetes y dulces de muchos colores.
Toda la gente
iba feliz excepto los padres de Felipe quienes solo llevaban un trozo de
ocote quemado. Cuando vio la
expresión de decepción y tristeza en sus
padres, Felipe se sintió terrible y les preguntó porqué estaban así.
–Pero qué ingrato eres, Felipe, ya nos estás olvidando, mira lo que nos
dejaste, solo un trozo de ocote y además quemado –respondieron.
Felipe no solo
recordó que no había querido poner la ofrenda sino sus
continúas burlas hacia la tradición. Por ello, con el corazón estremecido
y lleno de culpa, Felipe
les pidió que lo esperaran y corrió a su casa por
algo de comida.
Su esposa le hizo un itacalte rápido con frijoles y un guisado que le había
dado su mamá.
Felipe corrió como nunca en su vida. Sin embargo, era muy tarde. Al día
siguiente, la gente del pueblo encontró el cuerpo sin vida de Felipe quien
tenía en
el rostro una mueca de profundo dolor y el itacate desparramado
al lado.
Desde entonces se cree que quienes se niegan a poner el altar a sus muertos,
pierden la protección de los mismos y están a disposición de cualquier
ser malvado.
Por eso, es indispensable no romper con la tradición y colocar cada año una
ofrenda dedicada a quienes aún después de la muerte son nuestros seres amados
y no
debemos olvidar.
La Flor de Cempasúchil
Se dice que hace mucho tiempo, un par de niños llamados Xóchitl
y Huitzilin se conocían desde su nacimiento.
Ambos compartieron su niñez y juventud, lo que más
tarde pasó de
ser una linda amistad a un tierno amor.
El amor y cariño que se tenían cada día fue creciendo más y más,
por lo que un día, decidieron subir a lo alto de un cerro para sellar
el amor que se tenían.
Allá en lo alto, los rayos del sol pegaban con gran fuerza, por lo que
se creía que ahí se encontraba Tonatiuh, el Dios del Sol.
Los jóvenes habían ido a buscarlo para pedirle al Dios del Sol que les diera su bendición y cuidado para que pudieran seguir amándose. Tonatiuh, al verlos muy enamorados bendijo su amor y aceptó su unión. Xóchitl y Huitzilin no cabían de la felicidad, por lo que comenzaron a disfrutar su amor. Desafortunadamente no pasó mucho tiempo cuando la tragedia los alcanzó. Huitzilin fue llamado para defender a su pueblo siendo parte de la guerra y fue ahí cuando tuvieron que separarse. Pasado el tiempo, una triste noticia llegó a su amada Xóchitl, Huitzilin había muerto en el campo de batalla. Fue tan grande su pesar que decidió pedir con todas sus fuerzas a Tonatiuh que la uniera a su amado por toda la eternidad. El Dios del Sol vio tan desconsolada a Xóchitl que decidió hacer caso a su petición, por lo queb lanzó un resplandeciente rayo de sol convirtiéndola en una bella flor. Fue así como creció de la tierra un precioso y tierno botón, el cual tardó muchísimo tiempo en poder abrir. Cuentan que un día, un colibrí se vio atraído por el aroma tan intenso que desprendía el capullo, por lo que se detuvo en ella, logrando que la flor se abriera y mostrara su radiante color amarillo, como si de un rayo de sol se tratase. Era una bella flor de Cempasúchil, una inconfundible flor de veinte pétalos. ¡Esa flor era Xóchitl, quién había reconocido a su amado Huitzilin!, el joven había regresado a su amada en forma de colibrí. La leyenda dice que mientras exista la flor de Cempasúchil y los colibríes en los campos, el amor de ambos jóvenes perdurará. |
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